La inteligencia artificial se utiliza para obstaculizar, expulsar y mantener fuera a las personas del sistema de bienestar.
El problema central sobre la injusticia algorítmica no debería centrarse únicamente en los sesgos, sino que debe prestar atención a la violencia estructural que ya existía antes del nacimiento de la inteligencia artificial.
En lugar de culpar al algoritmo, debemos cuestionar la estructura y el contexto en el que se despliega la inteligencia artificial para invisibilizar las violencias y obstruir el acceso a los derechos fundamentales.
La inteligencia artificial es una herramienta más que sirve para reforzar la violencia estructural, en parte porque es difícil acceder al código fuente de los algoritmos y en parte porque la ciudadanía tiene suficientes problemas ya de los que preocuparse que ponerse a aprender cómo funciona un algoritmo.
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